Gades y Camaalot (2)

Una serie de tomas periódicas ayudaron a Wenore a afrontar la travesía a partir del puerto desde el que zarparon hasta la tierra al otro lado del mar. Este trance, completamente desconocido para ella y que en cualquier otra ocasión la hubiera desazonado por completo, ahora era un paso más hacia esa esperanza que parecía residir en aquellas tierras ahora en manos de señores francos que no pusieron trabas para que la exigua comitiva - Blaise, Wenore y Clarissant - atravesara sus dominios, no sólo debido a la presencia de la Reina Suprema de Bretaña....
-- Lady Nenyve mantiene excelentes relaciones con estos señores.... todos.... Quiero decir, todos los hombres de nuestra tierra que están dotados para la armas - a decir verdad, la mayoría – les prestan servicios a cambio de adiestramiento guerrero y, de paso, forman parte de sus milicias....Esta alianza mantiene nuestra tierra a salvo....
--¿Queréis decir, señor, que....apenas hay hombres residiendo permanentemente en vuestra tierra?
--Sólo los hombres sabios; es decir, cierta casta similar a los adoradores del roble, los antiguos sacerdotes del culto a la Diosa que aún conviven con los monjes seguidores del Carpintero Galileo en el monasterio del que venimos.... En realidad, debo decir que sólo quedamos un escaso numero, de edad avanzada .... – Aprovechando que Blaise había bajado los ojos, Wenore recorrió con la mirada aquella fisonomía fina y sólida, de músculos delicados y vigorosos, la cabellera en la que ni el azabache ni la plata predominaban....la tersura luminosa que emergía a través de las arrugas.... – Sólo nuestra raza puede ejercer esa labor.... – El hombre había alzado los ojos. Los destellos metálicos se habían tornado opacos y oscuros. Leyó las pupilas escrutadoras de la Reina Suprema.
– Dame ....¿Clarissant?....
-- De mis damas de compañía, es la que goza de mi mayor confianza desde hace demasiado tiempo.... como hija de la hermana del rey, mi señor.
-- Bien.... –el hombre sabio se decidió a seguir hablando – En nuestro pueblo se distinguen dos tipos de.... hombres y mujeres.... Los más numerosos son la raza a la que pertenecen los guerreros y casi todas las damas que habitan nuestro reino. Hay, además, otro linaje, de origen más elevado, el de los sabios que aún quedamos y de Lady Nenyve.... Sí, mi reina y señora, no estamos regidos por un rey guerrero, como los francos, los britanos o los propios romanos.... De ahí la importancia de la habilidad y astucia a la hora de trazar nuestras alianzas....y de proteger sutilísimamente nuestra tierra.... No olvidéis la estrecha vinculación entre nuestra sabiduría y la de los adoradores de la Gran Madre....Sólo las damas de nuestro linaje pueden ser regentes, mi reina.
-Y vuestra señora.... ¿ya tiene heredera?
El hombre pestañeó con rapidez y quedó en silencio. Wenore comprendió que ahora le correspondía a ella meditar sobre lo que se le había desvelado y que debía aguardar a que se le esclareciera más cuando fuera oportuno.
-¡¡¡...!!!
La reina vio como Clarissant ahogaba el mismo grito que ella misma contenía: tras cruzar un bosque amplio, tupido, de aire denso ¿impregnado, quizás, de una fuerza concentrada, etérea? Una extensión de color azul profundo, casi un mar, se abría paso hacia ellos. Ambas mujeres vieron como Blaise les hacía una señal para adentrarse en aquel silencio espeso y azulado....Wenore comprendió entonces por qué él había decidido que sólo ellos tres emprendieran el viaje hasta este lugar....pero Clarissant....¿qué podría haber movido al sabio al sacrificio de semejante criatura? ... a fin de cuentas, ella misma, Wenore, al desaparecer, no haría más que dejar libre al Rey Supremo para asegurar su sucesión.
- Mi señora....el sabio Blaise aguarda....
No había duda. Aquella chiquilla lo había asumido....seguir a su señora sin importar dónde.... desdeñando cualquier matrimonio ventajoso que pudiera auparla a un trono propio... ¿verdaderamente lo merecía una infértil reinecilla? ..... "Mi reinecita"....el tono paternal de Artorius siempre que intentaba reprimir su impaciencia irritada una vez más la penetró mientras que, estremecida, apretaba la mano pequeña de Clarissant, "su niña", mientras descendían por aquella ladera elevada y boscosa que los llevaba hacia aquella especie de lago casi inabarcable.
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